“RECUERDOS DEL BALLET” –“LOS RUSOS”
Esta historia sucedió en Montevideo,
hace muchos años, cuando éramos unos jóvenes estudiantes de ballet. Yo estaba
tratando de aprender ese difícil arte y recién había comenzado mis clases en un
instituto que no quiero ni recordar. Allá por el mes de julio llegó la gran
noticia de que venían “los rusos”. En realidad eran algunas primeras figuras
del Ballet Soviético del teatro
“Bolshoi” de Moscú que en el mes de agosto (miércoles 28 y jueves 29),
estarían en el viejo Auditorio del SODRE. Sí, en Mercedes y Andes, donde recién
en el pasado año se reinauguró la nueva sala luego de 38 años del incendio de
1971. Nosotros, los fanáticos, ya conocíamos a algunas de las figuras que nos
visitarían por los ciclos de cine “La cabalgata del Ballet” que se llevaban a
cabo asiduamente en el cine “Renacimiento”. Éste, estaba en la esquina de
Soriano y Cuareim y era una hermosa sala
con adornos “renacentistas” en la decoración de sus palcos y paredes. A veces,
como era “continuado”, nos quedábamos a ver dos o tres veces la función.-
Todo esto ocasionó un revuelo en “la
academia” (así llamábamos al estudio donde acudíamos) y se trataba ahora de
averiguar los precios y la forma de hacerse con entradas. Los precios eran
accesibles, ya que lo más barato (la parte más alta de Galería Alta o sea filas
6 y 7) costaban en “abono” de dos funciones, creo que $ 10 de entonces
(unos $ 200 de ahora, más o menos). Se
podía pagar esa suma de dinero y si no, se harían los mayores sacrificios
para ver a la gran Raissa Struchkova con
su esposo Alexander Lapauri y sus acompañantes Marina Kondratieva, Tamara
Varlamova, Boris Jojlov, Gleb Evdokimov y Guerman Sitnikov en famosos sólos,
dúos y escenas de reconocidos ballets.-
Por ese entonces se había implantado
(no recuerdo si en forma oficial o extra oficial), un sistema basado en
vigilias de “cola”. Explico, desde la noche anterior se comenzaba a distribuir números que se daban para sacar
luego, a las 10 de la mañana siguiente
dos entradas en la boletería del teatro. Y éste era el sacrificio más grande,
pasar la noche en vela para lograr tener en la mano el codiciado boleto de
entrada.-
De esto hablamos en la academia y los
sufridos varones de entonces quedamos en que otro compañero que llamaremos X. y
yo haríamos la primera cola y nos remplazarían dos chicas (Y. y Z.) a las 8 de
la mañana.-
Recuerdo bien que salí a eso de las
tres y media de la madrugada de una noche helada de agosto y en Luis A. de
Herrera (por entonces “Larrañaga”) y Burgues, pude subirme a un ómnibus de
CUTCSA nº 154 y con menos problemas de los esperados logré mi número en el
SODRE. Mi compañero X. ya estaba allí, pues vivía en Libertador (entonces
Agraciada) y Nueva York y pudo llegar caminando. Así fue que nos sentamos a
esperar en las escalinatas interiores del hall de teatro y cada media hora
teníamos que cantar “presente” cuando el líder de los “coleros” (nada menos que
el inolvidable actor Beto Sobrino), envuelto en una manta escocesa gris, nos
“pasaba lista”. Luego de las 7 de la mañana fueron llegando las compañeras. X.
y yo nos quedamos un rato más, les dejamos los números con el dinero a las
chicas y nos fuimos a nuestras ocupaciones. A la noche nos juntamos en la
academia y cada uno recibió su entrada para ver por fin a los “rusos”, como los
llamábamos nosotros ya que nos importaba poco eso de “Ballet Soviético”, eran los “rusos” y basta.
Generalmente, luego de la clase que tomábamos en la academia (calle Buenos
Aires y Alzáibar), nos íbamos caminando a dejar a las chicas en sus casas. La
última, siempre era Z. que vivía en Cerro Largo y Magallanes. Pero esta vez
decidimos no cansarnos y yo acompañé a Z. en un ómnibus nº 105, para luego caminar por Minas hasta su
casa. Todo parecía ir sobre ruedas, como el bus que abordamos, pero lo peor
estaba por llegar.-
Íbamos caminando por la acera frente a
la plaza de los bomberos cuando Z. soltó un alarido espeluznante que se debe
haber oído tres cuadras a la redonda: “¡El monedero, las entradas, los rusos,
mis 5 pesos!”. Esto último era una alusión a su único capital equivalente a $
100 de ahora. Como diría Alberto Olmedo: “Éramos tan pobres”. La tragedia cayó
sobre Z. sin previo aviso ya que había dejado el monedero con la preciada
entrada en el 105. Yo no tuve peor idea que sacar a luz toda mi moralina de
clase media de mitad de S. XX diciéndole: “Pará de llorar que la gente va a
pensar que dimos un mal paso”. Por suerte no me escuchó, y yo reconozco que
estuve poco feliz. Por un instante temí que se tiraría bajo el primer rodado que
pasara, pero no fue así. Salió disparando hacia 18 de julio mientras aullaba:
“¡Los rusos, los rusos”! Y yo corriendo detrás, temiendo lo peor. Se instaló en la parada y sin oír razones
saltó dentro del primer 105 con letrero “Aduana” y se tiró bajo el asiento
similar al que habíamos venido en el otro bus siempre gritando por los rusos.
Todavía no se como el guarda no nos bajó a patadas. Por suerte el ómnibus
llegaba casi vacío por esas horas (serían las 22.30 más o menos de esa noche de
invierno). Como pude le conté al guarda
lo que había pasado y él le dijo que el ómnibus muestro ni siquiera había
llegado a su destino, que fuera a CUTCSA al otro día en la mañana a preguntar
por su monedero, pero que él creía que no lo recuperaría jamás. Sólo así logramos
calmarla para que se bajara y reemprendiera el camino a su casa. Fueron cinco
cuadras de gritos, llantos, berrinches y alaridos ininterrumpidos. Cuando su
mamá (una señora adorable) nos abrió la puerta, casi se infarta con el
espectáculo de su hija mucho más allá del borde de un simple ataque de nervios.
La calmó como pudo y yo por fin pude ir a descansar a mi casa.-
No recuerdo cuántos días antes del
estreno sucedió esto, pero para esa fecha de miércoles 28, el problema se había solucionado, ó al menos
enmendado.-
Nuestra tenaz amiga Z. recurrió a un
funcionario del SODRE, conocido de su
padrastro. El sufrido servidor público, luego de soportar una sesión de llantos,
ruegos y amenazas de suicidio, le
consiguió en forma gratuita otra ubicación, más arriba que la que tenía
antes. Así fue que por fin ella también podría ver a los rusos tranquilamente y
todos estábamos felices y contentos.-
Se apagaron las luces de sala, la
orquesta del SODRE comenzó a ejecutar los primeros compases del dúo de “Giselle”
de Adam y el codiciado asiento estaba vacío. Z. no perdía las esperanzas de
recuperarlo y sentarse con nosotros en el orden que había marcado la venta de las
entradas: primero yo, luego Y., después el asiento de Z. y al final nuestro
compañero X. Pero, de repente nos iluminó la linterna del acomodador y una
señorita un poco mayor que nosotros, muy bien vestida y maquillada, deja
propina y se sienta en el codiciado asiento. “¡Ladrona!” gritó Z. desde la fila
de arriba, “¡Devolveme el monedero y los cinco pesos y vení vos a sentarte aquí
arriba, sinvergüenza!”. La mujer quedó atónita. Nuestra compañera Y. y yo
quisimos que el asiento se abriera y nos tragara, pero X. tomó partido por el
orgullo herido de Z. y como tenía a la “usurpadora” vecina a él, comenzó a
increparla haciendo hincapié en la palabra “chorrita”. El público se incomodó,
el acomodador sentenció que si no hacían silencio los iba a sacar de la sala y
se calmaron momentáneamente.-
Pero llegó el entreacto y la poseedora del
boleto fue acorralada contra una pared del Hall de la Galería Alta, al tiempo
que la bombardeaban X. y Z. con una cantinela de insultos similares o peores
que los anteriores. La joven explicó que había comprado la entrada al cadete de
la empresa donde trabajaba, pero fue inútil. “¡Qué vas a trabajar vos,
atorranta, chorra de cuarta!”, le gritaba X. “¡Devolveme los cinco pesos y el
monedero, ladrona!” insistía Z.-
La
cosa no se calmó en toda la noche ya que X., en los momentos de silencio y
concentración del espectáculo aprovechaba para susurrar al oído de su compañera
de asiento haciendo durar las erres y a la a final: “chorrritaaa”-
Terminó la primera función y el
escandalete siguió mientras bajábamos las escaleras y en la puerta, ya que la
mujer fue despedida por mis amigos a los gritos de “¡Se va la chorra, no
vuelvas más ladrona infeliz!”, etc.etc.-
Pero volvió a la otra noche para ver el
segundo espectáculo y fue todo como un calco de la primera función: “¡viniste
nomás, chorrita”, “devolveme mis cinco pesos, ladrona!” y otros reproches de
diversa índole ejecutados en el mismo
tono de furor desencadenado de la vez anterior.-
Yo, luego de medio siglo no se cómo
puedo recordar a los bailarines soviéticos tan bien a pesar de todo lo que
estaba sucediendo a mi lado. Recuerdo la “Giselle”, las danzas de “Gaiané” de
Kachaturian, la “Bacanal” (“Noche de Walpurgis”) de la ópera “Fausto” de Gounod
con los saltos electrizantes de un pequeño bailarín excepcional, el dúo de
“Aguas Primaverales” de Glazunov con sus “portées” (léase “trucos”), acrobáticos que cortaban la
respiración de sólo verlos y sobre todo la “Muerte del Cisne” de Struchkova,
que tropezó y tuvo que reanudar su danza como si la mala onda de mis compañeros
hubiera aterrizado momentáneamente en el escenario. Pero, luego bailó de
maravillas y fue ovacionada como se merecía una primera estrella del Ballet
Soviético del Bolshoi de Moscú. Nunca supe si mis dos amigos disfrutaron de los
dos programas de excepción que habíamos conseguido ver o se quedaron en la película
de su pelea con la mujer de la entrada perdida. La verdad es que nunca se lo
pregunté a ellos.-
Yo dejé la academia a fines de ese año.
En esa misma Galería Alta a fines de marzo del año siguiente en un espectáculo
del “Ballet Nacional Chileno”, conocí a Julia Gadé que me alentó a seguir
estudiando danza y me quedé con ella
para no separarnos jamás. Nos casamos algunos años más tarde. Comenzamos
nuestra carrera como “Dúo de Danza Contemporánea Julia Gadé – José Claudio”,
después fundamos el “Grupo Teatro-Danza de Montevideo”, filmamos tres películas
en 16 mm., trabajamos en video arte, etc., y todavía damos clases de danza y
dirigimos el “Comité Uruguayo de la Danza”. Y. y Z., actuaron como bailarinas
del SODRE hasta su retiro. Con respecto a X. me enteré que se fue a Estados
Unidos algunos años después, y no supe más nada de su vida. Pero es increíble
como recuerdo esos momentos pasados en el Estudio Auditorio y sobre todo, la vocecita
chillona y perversa de X. cuando torturando a la poseedora del “boleto de la
discordia” por dos noches consecutivas,
le murmuraba su ya clásico : “Chorrritaaa”…
Claudio
Sanguinetti (José Claudio), julio 7 de 2010.-
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